La Generación Einstein: como yo lo veo

Me he sorprendido porque hablando con algunas personas, muchas de ellas nacidas después del 88, es decir, pertenecientes a la recién acuñada “Generación Einstein”, he descubierto que el concepto no es tan conocido como yo pensaba. Por si algún lector no lo sabe, se llama de esta forma a las personas nacidas después del año 88, a esa afortunada generación que nace con ordenadores y en el mundo de la publicidad, las marcas y la velocidad de información. Según el libro son los más rápidos, los más listos y los más sociables. Y los únicos con valores positivos desde los nacidos antes de la Segunda Guerra Mundial.

Y yo me quedo fascinada con este asunto por varios motivos. El otro día seguí la ley no escrita de mi amiga Sheila sobre ensayos y manuales de autoayuda: “Sabina, tú entra en la librería y ábrelo al azar, y lee la página que toca.” Y siempre lo hago desde que ella me lo dijo. Así que abrí “Generación Einstein” y leí la página en cuestión, en la que el psicólogo relataba que uno de sus pacientes-conejillos de indias se aburría en clase porque los profesores no le sabían enseñar, que no mostraban pasión. Primero lo leí con mi habitual escepticismo: “¿En serio? ¿No nos ha pasado eso a todos?”, pero luego me di cuenta en seguida de que no, de que tiene razón: el sistema educativo estaba caducado cuando yo estaba en el estudiando pero ahora se ha quedado totalmente obsoleto. Leí una vez en un artículo que si un doctor del siglo XIX viajase en el tiempo y entrase en un hospital actual no sabría ni donde está, pero que si ocurriese lo mismo con un profesor y entrase en un colegio, se pondría a dar clase como si tal cosa. Y es que, ¿Cómo quieres que un chaval que tiene el mundo en su pantalla de 17 pulgadas desde que nació, se aprenda un montón de datos de memoria que puede encontrar en 0,00017’’ en Google? Esto me lleva a otro artículo que leí, de los nuevos JASP “jóvenes aunque sobradamente preparados”, en el que decía que un ingeniero aeronáutico iba a una entrevista y el entrevistador le preguntaba un dato súper rebuscado. Él contestaba sin más: “no lo sé, pero tendré la respuesta en medio minuto”. Esa es la educación de hoy en día: menos saber y más saber encontrar.

Yo sé más cosas desde que tengo internet, proporcionalmente hablando. Entro a buscar un dato, si no sé una palabra o no conozco a un determinado personaje lo googleo, si veo un concepto nuevo en internet busco un foro donde lo explique, he aprendido más por mi cuenta en los últimos cuatro años que en toda mi vida. ¿Pero sabéis porqué? ¿Dónde está el origen de eso? Porque me han enseñado a “querer saber”, y creo que eso es lo que olvidan los modeladores de la generación Einstein, tan sociables, listos y despiertos ellos, sus padres y educadores, en su pugna por intentar que internet no se los coma en sus redes y que su hij@ sea el más rápido, el más listo, el más sociable y el más diferente, han olvidado sentarse con ellos a descubrirles que internet es mucho más que el facebook, fotolog y juegos online, y no hablo del manejo, hablo de la cultura. Conozco a mucha gente de esta generación y sí coincido con el autor del libro en que son más auténticos (los que lo son), menos inseguros en ser diferentes y más sociables, pero en un sentido individualista. Es decir, se preocupan por ellos mismos y su propio ecosistema, pasan de política, de implicarse, de ver las noticias o de saber que le pasa el mundo, pasan de leer, incluso de buscar demasiadas cosas en internet más que las que necesitan para sus friquismos, quieren sacar las mejores notas, aprender más, quieren ser cosas importantes (los que quieren), pero lo que quieren por encima de todo, es ser “el mejor” en algo. Esto está bien, por lo menos yo veo mejor esto al precepto de mi generación (¿Puedo añadir “de mierda”?) en la que lo importante era pasar desapercibido, ser uno más del montón e intentar que tus ideas no fuesen demasiado diferentes a las del resto. Hoy en día los niños siguen siendo niños, los adolescentes siguen siendo adolescentes, y los padres siguen siendo padres, pero creo que cada vez más los hijos tienen herramientas reales para crear su propia educación, y decirle a todo el mundo: ¿Realmente crees que me puedes enseñar algo?

No pertenezco a esa generación de contradicciones, y a veces me alegro y a veces no, pero me gusta poder mirarlo desde la distancia más cercana que cabe, de decir “casi estoy ahí” y darme cuenta de cómo han cambiado las cosas. Y sí, a mejor. Por mucho que la gente diga que tiempos pasados siempre fueron mejores, no hablo de tener recuerdos maravillosos de nuestras respectivas adolescencias, hablo de realidad, de elección, de vivir en un mundo donde puedes saber todo lo que quieras, porque ese mundo realmente pertenece al que quiere aprovecharlo, y ningún gilipollas de tu clase vendrá a convencerte de lo que no eres. Pero veo una cara triste en todo esto: veo primero lo occidentalistas que somos al hablar de la generación Einstein sin tener en cuenta que somos un 5% de la población mundial, lo triste que es que hace poco, un amigo de mi primo de dieciséis años recibiera una paliza porque un cabrón que también pertenecía a la generación Einstein quería quitarle el móvil, y también que cuando curioseo a veces por fotologs de algunos de esta generación, no veo más que la ausencia absoluta de vida, autobiografías que dicen: “bueno, me aburría y tal, así soy yo, una persona diferente y especial” y en esas palabras veo, efectivamente, aburrimiento y aislamiento, veo presión, auto-presión y bastante incultura. Me da pena porque como dije en mi primer o segundo post, el mundo por fin, y sin ninguna duda, nos ha ofrecido la anarquía absoluta: internet, un mundo sin ley donde tienes libertad de expresión total, y hemos dejado de ser interesantes, no hemos desnudado ante nosotros mismos y a mí, por lo menos, me damos mucha pena.

La generación Einstein es más lista, más rápida y más sociable. Sólo espero que un alto porcentaje de personas de esta generación sepan utilizar las herramientas que tienen y que este cutre-sistema educativo abra los ojos, quite el lápiz y el papel de las mesas a partir de secundaria, que pongan asignaturas como diseño web, análisis de la imagen, relaciones internacionales y sistemas de comunicación en secundaria, que den por hecho que nunca más importará saber algo de memoria y que realmente no desperdicien el potencial de personas que podrían llegar a ser auténticos Einsteins y que por ahora pueden quedarse en el camino porque nadie les supo orientar y nadie les supo decir que la mejor herramienta que tienen es su propia inteligencia.

Un nombre vale más que mil palabras (bien escritas)

Ayer leí un artículo de Lucía Etxebarría, una de las pocas escritoras de este país que se pueden permitir el lujo de vivir de lo que escriben, y me sentí estafada porque conozco el tema del que habla en profundidad y sé que por encima o por debajo de juicios de valor sobre lo que escribió, de que sus ideas estén más o menos acertadas o de que lo que diga sea moralmente asequible para la masa-media del lector nacional, lo que abundaba por encima de todo ello, y también por debajo, era una apabullante desinformación. No pude evitar, nada más terminar de leer el artículo, imaginarla tumbada en su sofá, escribiendo en su ordenador con los párpados medio caídos y la excusé porque hace mucho calor y claro, eso nubla las ideas, porque si no, no me imagino de ninguna forma como una de las autoras con uno de los más prestigiosos premios literarios de este país es capaz de escribir un artículo donde todo lo que pone es una pura patraña.
Y mi indignación tiene mucho que ver con algo que no debería indignarme, una frase popular que he escuchado a diversas personas a lo largo de mi vida: consigue la fama y échate a dormir. En cualquier mundo esto funciona de la misma manera. Haz algo genial, luego con poner tu nombre delante será suficiente para que vendas libros-discos-cuadros-oloquesea, como churros. En muchos casos, claro. Por ejemplo en el caso de esta escritora. No sé, quizás me equivoco (cosa que por cierto ella jamás admite en su artículo –o debería decir ¿Artícula?-) pero me da la sensación de que si tienes un nombre puedes escribir en un periódico cualquier chorrada mal estructurada y mal escrita, con contenido que es pura pena, y luego quedar genial porque tu opinión cumple con los cánones del periodismo-protesta que esté de moda en este momento.
Me indigna porque va de lo que hay que ir para estar a la última, de “soy parte de la contracultura, feminista radical y anti-taurina”, lo que me parece estupendo, cada cual con sus propias ideas sobre cambiar el mundo, y yo me siento bastante poco radical y poco-contracultural porque no hablo de diferencias de sexo, y eso que también soy anti-taurina… ¿Tengo que pedir disculpas por no ser una feminista radical? No lo creo. Yo expreso mis ideas, me hago respetar cuando es necesario y sé, tengo claro, que somos todos iguales, ¿No es la mejor forma de ser igual que asumiendo que eres igual? Sé que muchas feministas rebatirían mis opiniones diciendo que gracias a gente como yo no ha cambiado el mundo, y en eso les doy la razón, y agradezco y comparto la lucha, pero cuando veo cosas como “las miembras del comité nacional”, me dan ganas de vomitar. Yo quiero un mundo donde las mujeres no se sientan ofendidas porque una palabra esté en masculino, y que sí se hagan respetar cuando un hombre crea que son inferiores por ser mujeres. No puedo soportar las radicalidades, ni en el feminismo ni en ninguna otra cosa. Por eso, cuando se usa como un arma comunicativa, como una forma de darse a conocer, como un sello de identidad, no me gusta. Yo me siento mujer cada día, sí, ¿Y?, me marca en mi vida y en mi forma de concebir mi realidad en la medida en la que me marca mi educación, mi entorno y mi gente, no creo que tenga que considerarlo como algo tremendamente notorio en como soy, y si ya nos ponemos políticos, creo que pocos hombres con talento lo van justificando por ser hombres, pues de la misma forma yo no voy a caer jamás en eso, ni tampoco voy a esconder la falta de creatividad en basura panfletaria. Quién quiera reivindicar algo de la forma propagandística que lo hace esta mujer que lo haga, pero no obtendrá mi respeto por hacerlo, aunque tengo claro el ínfimo valor real de mi respeto.
El caso es que sé de qué pasta está hecha la comunicación en este mundo: un nombre vale más que mil palabras. Lo tengo bien claro desde hace mucho, y no sólo lo acepto sino que no niego poder formar parte de esto algún día, y si algún día pertenezco a esa élite de tener un nombre, me daré con un canto en el pecho. Sólo me digo a mi yo futura que seguro leerá este post: por favor Sabina futura, nunca modifiques tus ideas o escribas cualquier cosa porque-queda-muy-bien-hacerlo y está muy –de-moda. Yo puedo escribir casi cualquier cosa que me manden, puedo escribir sobre cualquier tema, pero si firmo un artículo de opinión, espero jamás escribir uno del que me avergüence. Me he leído el blog de esta escritora, y he leído sus 176 comentarios de puro peloteo en un 98%. Normal, todo ser anónimo que se pone en contacto con un ser referente de opinión, desea expresarle su admiración, pensando que a ese ser le va a interesar y que lo va a considerar el mejor y más interesante de los anónimos seres que habitan en sus comentarios de blog. Lo hacen en todos los blogs y en todos los myspaces, y todos ellos quieren ser como sus ídolos. La era de la comunicación 2.0 nos trae la cercanía del ídolo con el fan, del dios con el fiel, del popular con el anónimo, y eso nos trae también la carencia del filtro. Hoy en día eres quien eres por ser quien eres, y cada vez menos por lo que digas. Por suerte, nos queda poner la esperanza en esa famosa generación Einstein de la que ya hablaré en otro post.
Y mientras, seguiré imaginando a la escritora bestselleriana sentada en su sofá, informándose cinco minutos antes de escribir su putrefacto artículo lleno de desinformación y redacción barata, porque ella, por suerte, tiene un nombre con el que firmar, y eso convierte la tinta en oro.

Solo (o mal acompañado) ante la (in)justicia

Ayer por circunstancias del destino asistí a un juicio de “acoso laboral en la empresa pública” que nada tenía que ver conmigo. El caso es que acabé en una sala de un juzgado donde un hombre (educador infantil) con cara de estarlo pasando fatal se enfrentaba a la directora del centro de menores (lo que antes se llamaba orfanato) donde trabaja, con cara de superioridad por no tener nada que esconder, y frente al director de la unidad de infancia (el superior de la directora) que no tenía ningún tipo de expresión en su rostro. En el juicio el hombre quería terminar con dos años de hostigamiento hacia su persona, según alegaba él. Obviamente allí cada cual defendía lo suyo.

No quiero enrollarme en contar detalles sobre lo que cada uno argumentaba en el juicio, aunque lo voy a esbozar brevemente: el educador con cara de pena alegaba que aunque no tenía pruebas de lo mal que lo trataba la directora, las miradas constantes de desprecio, los insultos, las descalificaciones y los gritos, sí que tenía pruebas documentales de que lo había sacado de su puesto habitual para relegarlo a otra unidad con compañeros diferentes y peores condiciones tras cinco años ocupando su puesto habitual. Alegaba también que había preferido quitarle de un cargo adjunto que tenía al de educador antes que pagarle el plus de especial dedicación que merecía (esto es un dinero extra que se paga si tu puesto implica que tienes que estar 24/7 disponible para cualquier urgencia). Y un largo etc. de cambios en su rutina laboral, según él para perjudicar a su persona. Ella alegaba que cada uno de esos cambios estaban justificados.

Obviamente no puedo decir quién tiene la razón, aunque luego daré mi visión. Conozco muchas opiniones porque conozco gente que trabaja con él, y escuché obviamente a los testigos de ambas partes, pero el caso es que independientemente de quién tenga la razón salí del juzgado con rabia e impotencia porque la conclusión a la que llego es que estamos desamparados antes el acoso laboral y por ende ante otras miles de injusticias del mismo tipo (relacionadas con el abuso de autoridad). Tengamos razón o no, es casi imposible judicialmente demostrarlo. ¿Por qué? Os preguntaréis... Pues porque los jefes siempre tienen donde ampararse, es decir, ¿Cómo demonios justificas tú un acoso laboral si:
-No tienes documentos para demostrarlo.
-Los otros compañeros si son acosados igual están demasiado acojonados para apoyarte, y si no están siendo acosados, el egoísmo humano da lugar a que cada cual cierre la boca bien fuerte antes que poner en peligro su puesto de trabajo por otro desconocido.
-La empresa siempre tiene más dinero que tú para un buen abogado.
No puedes... Al salir le pregunté a varias personas por el pobre hombre. Los trabajadores del centro me aseguran que está siendo acosado sistemáticamente junto a un par de compañeros más por la directora, pero que no se puede hacer nada porque estás luchando contra un organismo autónomo nada más y nada menos. A lo que yo pregunté, ¿Cómo será entonces en la empresa privada? “Pues imagínate”, me decían con cara de pena. Porque tienes que conservar tu trabajo para alimentar a tu familia, sufrir vejaciones cada día y mientras la tele te dice alegremente ¡NO AGUANTES ACOSO LABORAL, DENUNCIA! Luego observas impotente como la solución es casi imposible al menos que acabes abandonando tu puesto de trabajo. Sí, señores de los magazines de por la mañana y programas de denuncia social, ¿PARA QUÉ DENUNCIAR, SI EL SISTEMA NO FUNCIONA?

De verdad, aquello fue patético, yo salí, como todos, con el convencimiento de que aquel pobre hombre iba a perder. Y además, el abogado de la directora dijo en su alegato final:
“Lo que tenemos que tener claro es que en esta situación hay cosas, decisiones, difíciles de tomar para una persona con el cargo de responsabilidad que tiene la directora, pero en todo caso, no son, no suponen acoso laboral (tenía razón, las pruebas no demostraban acoso laboral, porque esto es casi imposible de demostrar con papeles) pero lo que sí está claro es que se podrían haber solucionado antes de llegar a juicio, el demandante, lo único que consigue con esto, es, de verdad, crear a partir de ahora un peor clima laboral, y eso es más cercano al mobbing que lo que ha hecho la directora”. “Con dos pares” pensé yo, sabiendo que el chulo abogado de la fría directora era mejor que el abogado titubeante del educador lloroso. La única y valiente testigo del acosado hizo una exposición contundente de que era obvio el acoso, pero el abogado de la directora defendió en todo momento que eso eran palabras y no hechos, y por desgracia tenía razón. Pensé que el juicio estaba mal planteado y me quedé con la duda de si hay casos de mobbing que se resuelvan satisfactoriamente, no sé tampoco si el hombre realmente está siendo acosado (aunque creo que sí, simplemente por lo que pude observar y los comentarios de varias personas que no tenían porqué mentirme) o si otros denunciantes tienen una mejor defensa, pero de verdad que salí descorazonada porque me da rabia que en la tele hagan campaña con cosas como el mobbing o el acoso escolar cuando a la hora de verdad estamos indefensos y sólo podemos ver impasibles como la televisión te anima a denunciar cuando al final, en muchos casos, son peores las consecuencias...

Mi segunda conclusión es que somos todos unos cobardes, unos acojonados, unos malos compañeros y unos falsos que miran por su culo, porque nadie sale a dar la cara por lo demás, en todo caso, con una buena excusa, ¿Para qué, si la justicia está siempre de parte de los fuertes? Nadie quiere volver al trabajo el lunes para encontrarse con que a pasado a formar parte del bando de los que sufren...

Al final volví a casa en coche recordando la revolución francesa, porque siempre me acuerdo de ellos cuando veo como hemos olvidado, por razones obvias, luchar contra el orden establecido. Imaginé que la situación podría solucionarse si toda la plantilla de ese centro se lanzase a protestar contra la directora y me di cuenta de que eso no va a pasar, porque en el olvido de los tiempos, hemos optado por la opción cómoda de bajar la cabeza ante las penurias de los otros, ya sean los pobres de Etiopía o el compañero herido de la mesa de al lado.

Siempre me he metido en muchos problemas por protestar y pocas veces he conseguido nada más que no dormir por la noche hundida en la miseria de sufrir una injusticia. No puedo hacer nada por ese hombre más que si lee esto, y él sabe quién es, expresarle mi más sincera admiración por haber tenido la valentía de sentarse en esa sala fría y desangelada cara a cara con su enemiga para quizás lograr que algún día el resto de sus compañeros piensen que si denuncian también, las cosas no sean tan fáciles para los de arriba.
Sólo espero, aunque tenga poca esperanza, que gane el juicio, egoístamente para poder dormir sin pensar que todo en lo que creo no es más que un puñado de mentiras.

Política de empresa

Pensaba escribir este post sobre lo que me sucedió ayer con un tono melancólico, pero creo que es la situación es tan terriblemente típica que no tiene sentido indignarme más de lo debido. Voy al grano y os cuento mi pequeña odisea....

Hace medio mes compré dos billetes: una ida Madrid-Tenerife y una vuelta Tenerife-Barcelona. Como era un caos hacer la reserva por internet llamé a la agencia en cuestión para que una amable operaria teléfonica cobro-tres-euros-la-hora me atendiese como es debido. Y me atendió una chica súper maja que durante largo rato miró cientos de billetes para poder acceder a tarifas baratas. Quedé encantada. Como no era una ida y vuelta juntas tuve que hacer dos reservas independientes por separado como figura en mi e-mail. Apunté en un papelito la hora y el vuelo y me fui a dormir feliz porque había conseguido un billete a buen precio para pasar un fin de semana con mi familia, que vive en la zona más distante de la Unión Europea... Así que al día siguiente cogí una furgoneta rumbo Barcelona-Madrid para pasar siete días en la capital y me despreocupé del tema. El finde pasado pasé una agradable hora en el aeropuerto de Barajas, observando a los ejecutivos, las rubias colonias de extranjeros, los ruidosos colegiales que partían para sus viajes de fin de curso, los equipos de federaciones de diversos deportes uniformados a la búsqueda de una victoria contra el equipo local, los azafatos que pasean con sus elegantes maletitas de mano esponsorizadas, las familias de turistas con sus ropajes conjuntados del Coronel Tapioca y las parejas de luna de miel, y muchos locos comprando artículos en las carísimas tiendas de duty-free porque han olvidado comprar regalos en sus destinos vacacionales. Y tomé el avión hacia mi tierra natal...

Pues sí, mea culpa, durante la semana que estuve trabajando en Madrid no me puse a leer la confirmación de mi reserva. Pero tengo una memoria de elefante y recuerdo a la perfección la conversación y las horas de búsqueda con la maja telefonista. Ayer, seis horas antes de coger mi vuelo abro el correo y observo con sorpresa y temor que mi vuelta era ¡A Madrid! Se me nubló la vista, releí el mail quince veces y asumí que tenía que haber sido un error informático porque ambas (telefonista y yo) estuvimos durante horas mirando el billete y comentando con claridad la vuelta a Barcelona. Cogí el teléfono y marqué el número de la agencia. Pedí que me pasaran con la encargada y le expliqué mi dilema. Me contestó: “La única solución que se me ocurre es que te compres otro billete a Barcelona” y yo le respondí: “Eso no es una solución ni es nada, es fallo vuestro, yo tengo dos reservas independientes que no tienen sentido si fuese una ida y vuelta”. Ella me dijo que la política de la empresa advierte que hay que confirmar las reservas.

Lo cierto es que en todo momento durante la hora que intenté convencerlos de que me tenían que comprar un billete sabía que tenía las de perder. Porque yo sé que la culpa es mía por no haber revisado el billete en su debido momento, pero está claro, y ellos mismos admitieron, que el fallo inicial había sido de la ahora no tan maja telefonista. El resultado fue idéntico. Tuve que comprar un nuevo billete. Sé que puedo reclamar, que puedo ir a la oficina del consumidor como hice cuando la aduana destrozó mi ordenador nuevo, sé que puedo pedir hablar con cientos de encargados superiores recién salidos de la carrera de moda ADE+Mipadretieneunaempresa y que todos me digan “es la política de la empresa”. Sé también que puedo amenazarlos diciéndoles “tengo un blog y os voy a poner a parir, voy a escribir a la prensa y a poneros a parir allí también, os voy a hundir” y también sé que al colgar se reirían de mi cara. Lo único que me llevo de toda esta experiencia en realidad es la triste confirmación de que la empresa donde compro cada mes mis varios billetes de avión, prefiere dejarme en la estacada, tirada en los pasillos inmaculados de la Terminal 4 que pagarme 69 euros que podrían poner en “gastos varios de la empresa”, sé que lo que me ocurrió y la seguridad de que no fue mi error inicial no pasa cada día y también que a pesar de mis lágrimillas al teléfono, a la supervisora hoy no no se acordará de mí cuando esté tomando un café en un bar del centro de la ciudad. Porque desgraciadamente la empresa siempre tiene la razón. Y si creéis que no es así e intentáis superar la gimkana de reclamar os llegará un bonito papel a vuestro buzón diciendo “no tenéis la razón, la empresa y su política se ampara en que tal tal tal...”. Yo no mentí, ni fui de víctima, sólo le dije a la supervisora de reservas teléfonica que yo sabía el error que había cometido, pero que la empresa podría también tener la decencia de admitir el suyo y por ello no perder una cliente habitual por 69 euros que costaba el billete + tasas. La chica me pidió disculpas y me dijo que no estaba en su mano, y yo entendí su posición también, porque en el fondo suelo entender a casi todo el mundo que no hace más que hacer su trabajo.

Así que como bien me han recomendado mis seres queridos: “Sabina, revisa siempre los billetes con lupa días antes de tomar el vuelo” y bueno, al menos he aprendido esa lección, como muchas otras que me da la vida, aunque seguro que si hago una encuesta, un 90% de quienes me leéis, también cometéis el error de la confianza en los demás... Y tampoco quiero quitarme culpa, porque mi culpa es esa, confiar en alguien a quien le importas una mierda.

Luego, por la tarde, contando mi peripecia a mi mejor amiga, me hizo una reveladora pregunta: “Pero... si lo hubieses revisado antes ¿Hubiese cambiado algo?” Y me quedé pensando, sin saber que contestar...

Pero, ¿Queréis saber que es lo más triste e irónico? Que justo después me puse a mirar por internet billetes y el más barato estaba justo en la página en cuestión. Le di a aceptar condiciones con un testigo que me dijese que en la pantalla ponía “Barcelona” y me sentí una esquirola en mi auto-huelga de no comprar más billetes ahí.

Así que aquí estoy, con 69 euros menos en la cuenta, sabiendo que han ganado ellos y su maldita política de empresa.

Qué te crees...

Hoy he dado un paseo por la ciudad, y entre el cielo y el asfalto me he dedicado a observar a los transeúntes viviendo sus vidas anónimas en el más puro anonimato...

Primero he ido con una amiga a comer a un restaurante de esos a los que llaman “chic”, con cosas caramelizadas, reducciones y platos que entremezclan lo dulce con lo salado. Estaba vacío por lo de la crisis en la que está sumida todo el país, pero una pintoresca familia de clase media-alta se ha sentado a dos mesas de distancia y sus cuatro miembros: dos padres que labraron su camino a base de esfuerzo, una hija con pinta de amargada y un yerno discreto y silencioso nos han obsequiado con sus reflexiones sobre la vida y milagros de todos con los que comparten su existencia. Nos hemos enterado de que la mejor amiga de la hija amargada, una tal Diana, no la entiende porque “viene de otro mundo”, y la hija amargada, muy indignada, comentaba que sus padres le han regalado un pisazo en el centro por toda la cara y que en este año ha ido a París, Berlín, París otra vez, Filipinas (porque su abuelo es de origen “de Filipinas”) y Fuerteventura. La madre la contradecía, “pero no te creas, sus padres se han hecho a sí mismos, A SÍ MISMOS”, y ella “Sí claro, pero ella quería ser periodista y pumba, sus padres se lo pagan, que si un año en Argentina, allí se va, lo ha tenido todo súper fácil" y a ella le parecía todo eso fatal. Ponían a parir a todos sus conocidos porque tenían más dinero que ellos o vidas bohemias, como si todo fuese un horroroso delito y lo único que estuviese bien en el mundo es ser de clase media-alta como ellos. Luego el yerno silencioso, en un ataque de protagonismo, nos obsequió con sus conocimientos sobre marihuana con la siguiente frase: “A ver, la marihuana contiene THC, que es una sustancia psicotrópica, está en los cogollos, para que lo entendáis, en las flores”, y su novia, la hija amargada: “Joer, si es que sabes de tó”. Luego ella nos ha seguido narrando las desventuras de Diana, su amiga pija: “Jobar, y va y me dice que va al Rock In Río a ver a Bob Dylan y a Bob Marley, y yo “si claro, que ahora tú lo vas a resucitar”, vaya que uno no puede tener amigas así, te puedes creer que me decía que en Cuba su madre le ofreció ir a nadar con delfines y ella dijo que no “que ya lo había hecho muchas veces”, creo que voy a dejar de ser su amiga”. Y reían felices, criticando a todo cristo que no es guay como ellos, porque ellos saben que ser de clase media y no tener lujos ni vidas bohemias está de moda.
Luego iba andando por la calle y vi a un grupo de chicas vestidas con increíbles conjuntos de licra, tacones de charol, coletas altas tan apretadas que seguro les daban jaquecas, aros xxl chapados en oro y rayas en los ojos tan largas que se unían al nacimiento de su pelo. En una pequeña manada se acercaron corriendo a ver la nueva colección del Pimkie, moviendo mucho el culo al andar, por si algún guapo morenico las miraba al pasar. Caminaban mirando a la gente, como buscando fans, imaginé que pensando: “Si, sé que soy una Jenny, y bien orgullosa que estoy de serlo y escuchar mi rumbita raggetonera en mi móvil rosa.”, y se notaba que se habían vestido así, sin disimular sus carnes que sobresalían por cada pliegue de la tela, porque creen que están muy de moda, porque hoy en día dejar la eso y trabajar de cajera en el súper y tener hijos antes de poder entrar a una discoteca es cool.
Luego fui al cine, y al salir, un grupo de gafipastis fumaban a la salida del Renoir, comentando cosas de sus vidas: “Ha dejado la Cuatro y se ha ido a New York a aprender inglés, ¿Te lo puedes creer? ¡Carol and the city!, la amiga le decía: “Si tío, que fuerte, yo me estoy pensando irme, pero como me acabo de comprar el loft me da pena alquilarlo, ¿Vamos a ver la última de Kim-Ki Du? Hablaban súper alto, para que el mundo los escuchase y supiese que TIENEN AMIGOS QUE CURRAN EN CUATRO, AMAN EL CINE ORIENTAL Y TIENEN LOFT EN LA CITY!!! Y es que ser así de guay está muy de moda.
Cuando llegué a casa abrí el email y me habían enviado un correo en cadena, (que creo que es algo que hoy en día tiene un nombre súper cool) en el que aparecen fotos reales que cuelga la gente en internet para ligar con otra gente. Fotos de tíos semidesnudos en la ducha con gafas de sol y labios que ellos creen sexys, chicas sacándose autofotos reflejadas en el espejo de su baño, frikis con fotos retocadas en el fotoshop con tipografías folclóricas y frases como “er_moreno tooo weno” o “ella toa sexi, toa porno” y no puedo evitar poner una mueca angustiosa en mi cara pensando que REALMENTE ELLOS CREEN QUE MOLAN!!
Y mientras ceno decido poner algo en la tele. Están dando “El Gran Quiz”, presentado por una caduca Marta Sánchez que no sabe dónde meterse tras sus capas de pote, un empollón pajillero totalmente orgulloso de serlo que saliva al hablar de Einstein y un concursante en pantalla: “Coco”, mi nuevo icono de lo que odio en la gente. Un tío que a tres mil km se ve que se cree TOPE DE MOLÓN, TOPE DE ALTERNATIVO, TOPE DE GUAY, y pone esperpénticas muecas, toca una guitarra invisible y contesta todo tipo de chorradas cuando no se sabe una pregunta, esperando el aplauso del público. Todo ello provoca en la humanidad una incontenible vergüenza ajena, excepto para él mismo, que se cree un icono de la Generación X, con su camiseta con frase ingeniosa súper vista y su barbita de tres días. Dando mucho asco.
Así que ahora me voy a la cama con el convencimiento de que el más auténtico del mundo es Jordi Cruz, el presentador de Art Attack, que lleva diez años presentando su show infantil sin signos de envejecimiento en la piel, y me acuerdo de Tomás, un niño de siete años que conozco, que ha crecido con ese programa y que seguro le diría a Coco, a las Jennys y a la familia del restaurante: ¿Tú qué te crees, qué estás de moda?