PORQUÉ AQUÍ NO FUNCIONARÍA EL TIKKI BAR

No quiero empezar a ser pesada escribiendo cientos de entradas llenas de peculiaridades sobre Estados Unidos, pero hay tantas cosas que me han llamado la atención en mi primer viaje allí, que no puedo más que relatar algunas.

Una de mis reflexiones más controvertidas surgió en un lugar al que fuimos en Islas Moradas, en los Cayos. El lugar en cuestión se llama Tikki Bar y es una especie de complejo lleno de “chiringuitos” tipo hawaianos, escenarios donde tocan música u organizan concursos, playa, piscina, tiendas, restaurantes buffet y miles de pequeños pasatiempos para los animados turistas y lugareños que lo visitan y también con un pequeño resort de apartamentos. En el lugar en cuestión tú entras como si tal cosa, te asientas allí en la playa o en la piscina con tus bártulos, y luego, si te apetece, te tomas un refrigerio, o como hicimos nosotras, un sinfín de margaritas y otros cóctels de lo más variopinto. Así que cuando estaba tomando el sol en la piscina, con Laura y nuestros amigos miamienses, tuve una revelación que escenifiqué y de la que obtuve diversas reacciones de amor y odio por parte de mis acompañantes.

Mi performance se titulaba:

¿Por qué el Tikki Bar no funcionaría en España?

Pues muy sencillo, un negocio tan lucrativo como aquel tendría los días contados en un lugar como Benidorm por ejemplo, simplemente porque las cosas sucederían de la siguiente manera:

El señor Pablo Tikki monta el Tikki Bar en Miami con sus ahorros y una dosis de buena fe, y lo abre al público. Todo va bien desde el principio y el señor Tikki observa encantado como su negocio va viento en popa: vende muchos margaritas, el buffet está lleno, los apartamentos tienen reservas para varios años y los camareros reciben sustanciosas propinas por lo que están sonrientes y son agradables con la clientela. Visto esto, y como buen hombre de negocios, decide abrir un segundo Tikki en Benidorm, de donde proviene su madre (por eso se llama Pablo) y donde ha heredado un terrenito.

Una vez construído el Tikki Bar 2, Mister Tikki lo abre al público confiado de que las cosas se sucederán de la misma lucrativa forma que en Miami. Efectivamente pronto la fama del Tikki Bar Benidorm se extiende más deprisa que el universo, sobre todo por el hecho importantísimo de que “puedes entrar gratis y bañarte en la piscina”, así que las familias empiezan a llegar. Pero no solas, sino acompañadas por tapperwares llenos de tortilla, sándwiches, primos, hermanos, neveras con San Miguel, la radio y los carritos de bebés. Los lugareños y turistas en vez de quedarse en los apartamentos, han decidido acampar en las zonas de los alrededores y llevar ilegales caravanas (no tengo mucho conocimiento sobre "acampar", así que a lo mejor aquí me he pasado...), así que van, se sientan en la piscina, utilizando los recursos gratuitos y pasan totalmente de acercarse a consumir a la barra, y los pocos clientes que consumen en el bar no dejan propinas, y si acaso, cincuenta céntimos y se van de allí sintiéndose que han derrochado.

El señor Tikki alucina, porque claro, él, que viene de Minneapolis, está acostumbrado a pagar muy poco a los camareros porque con las propinas americanas ellos se ganan su buen sueldo y está acostumbrado a que la gente que vaya consuma los productos que él ofrece en su local. Claro que, el señor Tikki olvidó que ha salido de yuesei.

Pocas semanas después, el señor Tikki, al ver que las cosas no marchan según lo previsto, y para no cerrar su negocio, decide subir un poco los precios de la bebida y la comida. ¿Qué ocurre? Que ve como sus ganancias aún son más pobres, porque ahora los pocos consumidores de las barras, han decidido traerse las cervezas escondidas en los bañadores y unirse a las familias.

Así que el señor Tikki, después de un par de semanas más, y ya con la mosca detrás de la oreja otra vez, contrata a dos nuevos empleados: los Portikkis, unos porteros que se sitúan a la entrada del Tikki Bar y dan un tickets llamados “tikkits” (sic) que posteriormente sellarán en la barra al consumir. Luego contrata a dos tikkilladores, que van de hamaca en hamaca revisando que los tikkits estén sellados y, en caso contrario, cobrando un tikkimpuesto. Claro que debido a todas estas nuevas contrataciones el señor Tikki subió un poco más los precios...

A la quincena, convencido de que esta vez su plan no puede haber fallado, el señor Tikki tiene una reunión con su contable, y este le dice la fatídica frase: “SEÑOR TIKKI, ¡ESTAMOS EN LA QUIEBRA!” (bueno le dice: "Mister Tikki, we're broke!, porque el contable es americano), a lo que el señor Tikki responde: “¡Oh my god, this can’t be truth!”, Pero sí, si lo es, y la explicación es que un nuevo rumor se viene extendiendo por todo Benidorm a través de conversaciones como la siguiente:

AMA DE CASA: Ya ves tú, el americano este, que primero nos pone el caramelo en la boca y luego nos obliga a pagar un tikkimpuesto para entrar. ¡Para eso me voy al chalet de mi prima que tiene piscina hinchable!

ADICTO A LA CERVEZA: Ya ves María, yo iba, pero al final la San Miguel a tres euros, ¿Qué se piensa este? Para eso voy al Caprabo, que la tienen a dos por una.

EX CAMARERA DEL TIKKI: Sí, ya te digo Carlos, que nos dijo que íbamos a forrarnos en propinas y que por eso nos daba un sueldo base miserable. Y resulta que en todo el mes saqué solamente veinte euros.

El señor Tikki decide volver a Minneapolis con una mano delante y otra detrás, preguntándose qué pudo haber fallado…

Aquí teneis otro breve e ilustrativo ejemplo en video de otra cosa que no podría suceder en España.