Protesto porque yo lo valgo

Una cosa curiosa de estos (los) tiempos modernos es la propaganda del “proteste ya”, en todos los ámbitos. Tras siglos, milenios de opresión hacia los más desfavorecidos: de los ricos a los pobres, los intelectuales a los analfabetos, los profesores a los alumnos y sobre todo los jefes a los subordinados... De pronto, los desfavorecidos hemos sido bendecidos, agraciados, con la capacidad de protestar y defender nuestros derechos. En otras entradas de mi blog he puesto en duda que dichas vías para reclamar lo que nos pertenece funcionen, pero ahora voy a criticar exactamente lo contrario, trascribiendo aquí una duda que me asalta últimamente con cada vez mayor frecuencia:
¿Dónde está situado el límite, la delgada línea
que separa la protesta útil de la caradura?
Os voy a dar un ejemplo certero y curioso. Mi padre trabaja en la empresa privada y mi madre en la empresa pública. Mi padre, en treinta años, o más, que lleva en la misma empresa, apenas ha cogido una baja. Yo lo he visto enfermo algunas veces, no demasiadas pero si lo suficientemente enfermo como para que yo, en su caso, no hubiera sido capaz de levantarme de la cama, pero él se ha puesto el uniforme y ha ido a trabajar con todo el pesar de su alma. ¿Por qué? Porque sabe que necesita ir a trabajar porque si otro día está más enfermo y lo necesita “de verdad”, habrá cubierto el cupo de bajas pagadas. En la empresa pública donde trabaja mi madre, hace unos años, se estableció por convenio que las bajas se pagasen con el 100% del sueldo. Poco después, este convenio fue al traste. ¿Por qué? Se preguntaron los enfadados trabajadores. Pues porque haciendo el estudio pertinente tras un año de aplicación, se dieron cuenta de que un 90% de las bajas eran en festivos y puentes, y todas, en general, habían aumentado un alto porcentaje. Curioso, ¿No?
Lo cierto es que hoy en día los que no tienen posibilidad de quejarse, esos a los que les está afectando la crisis hasta tal punto que miden los parpadeos en el trabajo y se aguantan las ganas de ir al baño por si alguien se queja, los que viven preocupados por si han hecho algo mal sin darse cuenta, esos, no tienen opción a reclamar nada de lo que establece “su convenio”, saben las consecuencias… Y no me parece bien, obviamente. Pero tampoco me parece bien que la gente que lo tiene todo asegurado no sólo se queje de lo que realmente merece la pena, sino que además se queje más por pereza y por ver si consigue vivir del cuento que por llevar la razón y estar siendo tratado injustamente.
Sólo quiero hacer dos aclaraciones, no con esto estoy criticando, ni mucho menos, a los funcionarios. Tengo a muchos a mi alrededor y quiero defender que curran igual o incluso más que cualquiera (y hablaré de los funcionarios en próximas entradas), tampoco quiero poner a parir a la empresa privada, porque ahora mismo soy una empleada cualquiera de una gran empresa privada y no tengo queja alguna del trato hacia los trabajadores, lo único que quiero con esta entrada es reivindicar que seamos más auto-conscientes de los límites de los derechos y deberes, de las culpas que se echan a personas que no se lo merecen y de las responsabilidades que debemos atribuirnos a nosotros mismos. Hoy en día muchos empleados públicos pierden más tiempo en protestar que en trabajar y con eso consiguen dos cosas: unos servicios públicos (que ellos están pagando también) de peor calidad y sobre todo, ir contra sus propios intereses. Hoy en día, un trabajador de la empresa de mi madre que se encuentre realmente enfermo estará en su casa cobrando menos dinero por culpa de algunos desconsiderados que en su momento pillaron una oportuna depresión el puente de la constitución.
Siempre ha pasado y siempre pasará. Al hombre le das la mano, y te arrancará el brazo…

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