American High School

Ya empieza a ser un hábito disculparme por no escribir en el blog. Esta vez tengo buenas excusas, quizás demasiado buenas así que por eso mismo no voy a contarlas, pero espero que confiéis en mí cuando os digo que me ha sido totalmente imposible encontrar un hueco en mi tiempo y en mi mente para actualizar. Pero aquí estoy de nuevo, después de este horrible lapsus, aún convencida de lo irrisorio que es el ser humano y de lo increíblemente difícil que es para nosotros aceptarlo.
Hace no mucho tiempo aunque parezca que sí, una amiga y yo vagábamos por la facultad criticando a todo el mundo que se cruzaba a nuestro alrededor. Y criticábamos sobre todo, por encima de todo lo demás, a la gente que se cree algo que no es, sea lo que sea lo que es y sea lo que sea lo que se crea. Porque una persona que se mira al espejo y ve otra cosa diferente de su reflejo tiene un problema. Y esta chica a la que observábamos se creía que era delgada y muy guapa a pesar de no ser ninguna de las dos cosas. Y nosotras pensábamos: ¿Por qué? ¿Por qué esa desnorexia tranquila y esa inconmensurable autoestima con la que va flagelando sin parar al resto de los presentes? Porque esa seguridad que desprendía es la que le da, sin duda alguna, el asfalto para crear el camino al éxito. Y me pregunté esa tarde en cuestión: ¿Qué es lo que hace que determinadas personas tengan una imagen de sí misma tan distorsionada a su favor? La respuesta la hallé poco después viendo una serie de televisión.
Todos nosotros (los humanos adultos) no somos más que una clase de un instituto americano con un poco menos de glamour. Es decir, nos dividimos en los triunfadores, como la líder de las animadoras que sale con el quarterbag del equipo de rugby, los nerds del club de ciencias, con sus gafas, aparatos, acné, bolígrafo roto en el bolsillo y voz de pito, los alternativos seguros de sí mismo que se enfrentan con deportividad y aplomo a la dictadura de los triunfadores, y los que no pintan nada, como la hija del pastor, que quiere ser líder pero sabe que nunca podrá porque por las tardes tiene que cantar en el coro, y un largo etc, de personajes estereotipados, tan estereotipados como la propia realidad.
Si en el instituto has sido del grupo de los líderes, probablemente el resto de tu vida te sientas como la más guapa, la mejor, la más segura de ti misma, y si has sido un nerd, te costará un triunfo dejar de serlo. Porque a todos nos marca irremediablemente lo que los demás piensan de nosotros mientras crecemos, mientras nos hacemos adultos. Vamos reaccionando poco a poco a las críticas y a los halagos, a las miradas de aprecio y de desprecio, y vamos formando un carácter que es un reflejo de lo que nos ha tocado vivir. Y yo, en mi incesante investigación de la gente joven me doy cuenta que realmente aunque las formas cambien y aunque los alternativos de hoy tengan diferencias notables con los del pasado (hoy en día los alternativos tienen marcas de ropa igual de caras que las de los que no lo son y tienes páginas donde pueden hablar con otros alternativos igual que ellos), y aunque los nerds puedan esconderse delante de sus pantallas, todos los habitantes del maravilloso mundo del instituto americano, es decir, de cualquier instituto, lo que quiere es ser quarterbag y animadora, y quieren ser los más rubios, más guapos y con más dinero, hacer fiestas de cumpleaños que ensombrezcan a las de los demás y que todo el mundo, incluso aquellos a quienes no conoces, sepan tu nombre.
Así, si consigues eso en el instituto, te garantizas una reserva de autoestima de por vida, y aunque no llegues a nada, y acabes en una caravana en la octava milla (o en un piso de 30 metros en el extrarradio de Leganés), sabrás que has sido popular y podrás contar tus grandes momentos de rey o reina del baile a tus nietos. Los que en el instituto sólo forman parte de los renegados, de los que prefieren no ser vistos para no acaparar las risas de los populares, siempre miraran al mundo con ojos desconfiados, con la certeza de que lo que tienen que decir carece de importancia, incluso si llegan a ser grandes cosas y dan conferencias delante de miles de personas sobre la difusión de los cultivos transgénicos en Asia, se desmoronarán si no consiguen el aplauso unánime del público.
Hoy en día, lo positivo de esto es que tiene solución. Un niño al que le hacen bulling puede ir al psicólogo o contarlo en el diario de Patricia con la voz distorsionada y silueteado en gris, los nerds pueden hackear los messengers de los populares por internet y los alternativos guitarrear delante de su web cam, colgarlo en su myspace y convertirse en afamados cantantes de pop rock, soñando en privado con encontrarse a una animadora que lo rechazó limpiando el local después de su exitoso concierto.
Lo que quiero decir es que ser un triunfador en el instituto no te da la seguridad de tener éxito en un futuro, y probablemente incluso las animadoras de verdad no lleguen a ser nada más que ex animadoras frustradas, pero eso sí, nadie les quitará haber sido el sueño americano del resto de los amargados adolescentes y nadie les quitará la confianza que eso les ha proporcionado. Así que, mientras la gordita ex animadora pasaba delante de mí mirándose en las superficies reflectantes y viéndose delgada y espectacular, yo me conformaba con esforzarme para ser alguien, como si le debiese algo al mundo o le estuviese pidiendo perdón a todos por no haber sido la cheerleader de mi clase. Porque aunque lo neguemos todos quisimos formar parte del grupo de los populares y bailar la canción final bajo la gran bola plateada del gimnasio en el baile de primavera.

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